Entre los hábitos que se adquieren durante la infancia y que marcan el grado de independencia y autonomía del niño con respecto de los progenitores, se encuentra el control de esfínteres.
Entre los hábitos que se adquieren durante la infancia y que marcan el grado de independencia y autonomía del niño con respecto de los progenitores, se encuentra el control de esfínteres.
El control de esfínteres suele seguir una secuencia común en la mayoría de los niños: Primero se adquiere en control del vaciado intestinal durante el sueño; luego se suele adquirir el control fecal diurno; poco después suele adquirirse la continencia urinaria diurna y, finalmente el control nocturno de la orina.
Sin embargo, según los datos epidemiológicos disponibles, entre el 10 y el 15 por 100 de los niños de 6 años de ambos sexos no llegan a controlar adecuadamente la micción en la forma esperada para su edad cronológica, produciéndose como consecuencia el trastorno denominado enuresis.
En el área personal los niños enuréticas se perciben menos competentes que los no enuréticos en cuanto a la apariencia física y a la autoestima global que se traduce en un sentimiento de humillación (Theunis et al., 2002) y una actitud muy desfavorable hacia el problema (Wolanzcky et al., 2002).
Emocionalmente se generan síntomas de depresión y ansiedad, aunque sin llegar a niveles patológicos (Wagner y Mattews, 1985).
En el ámbito académico está documentada la presencia de dificultades de aprendizaje, problemas en la relación con los compañeros y limitación para la realización de ciertas actividades extraescolares que se combinan con un progresivo retraimiento social (Comeche, Díaz y mas, 2002).
En el área social se perciben diferentes al resto, y es más probable que se sientan intimidados a relacionarse con los demás, lo que les lleva al aislamiento social por miedo a ser descubiertos, considerándose incapaces de dormir en casa de un amigo (Butler, 2004; Theunis et al., 2002).
El modelo de intervención más adecuado para la enuresis secundaria nocturna es el cognitivo-conductual pues se concentra en gran medida en ofrecer experiencias de aprendizaje diseñadas para cambiar las conductas inadaptadas del paciente reduciendo o eliminando las conductas problemas e incrementando la frecuencia de las conductas adaptadas (Compas y Gotlib, 2002). Además, este modelo asume que la conducta inadaptada es consecuencia de antecedentes y consecuencias específicos en el ambiente natural del paciente (Compas y Gotlib, 2002). Por tanto aprueba el hecho de que el proceso de aprendizaje del control de esfínteres se produce a través del entrenamiento, reforzamiento, y factores ambientales.
Dentro de este modelo de intervención, las técnicas más utilizadas para el tratamiento de la enuresis han sido la técnica de Mowrer, que utiliza el aparato despertador que suena cuando el niño orina, la técnica de retención de Kimmel, cuyo objetivo es ampliar la capacidad de la vejiga y que el sujeto aprenda a inhibir las contracciones del detrusor posponiendo la micción, y la técnica de Azrin en la que se refuerza por el uso del inodoro y la cama seca.
El Entrenamiento en Cama Seca es el método de mayor eficacia en el tratamiento de la enuresis, pues la combinación de técnicas es su principal ventaja. Además de las técnicas conductuales ya mencionadas es importante incluir como parte del tratamiento algunas otras como el modelado, autoinstrucciones, y terapia de motivación positiva, con el objetivo de crear y fortalecer las expectativas de eficacia, es decir, los juicios que el niño tiene de sus capacidades, y en base a los cuales organizará y ejecutará sus actos, de modo que le permitan alcanzar el rendimiento deseado.